La meta de un artista es lograr tocar los sentidos de los espectadores y de los críticos, con agrado o desagrado y valiéndose de la redundancia. Las acciones de un artista pueden ser, y serán ética, moral e ideológicamente cuestionadas y todo artista cabal se hará responsable de sus consecuencias. Pero, ¿la ética, la moral o la ideología importan mucho menos que la capacidad para emocionarnos o cuestionar nuestros supuestos? En mi opinión creo que el horror de un crimen está en el acto de matar, no en el objeto empleado, pero cuando tanto da un cuchillo o un crucifijo y lo importante es el delito, la obra se convierte en una simple llamada de expectación.
La ética es el terror para el arte político contemporáneo, pues la palabra ética es sinónimo de límites morales propio de pensamientos convergentes, y en arte político lo que buscas es provocar una reacción. Pero sus obras, siguen siendo pagadas por el gobierno al que critican y la gente de a pie apenas saben reconocer su labor.
Lo mismo sucede con la aplicación del mercado a las obras de arte, hace que el precio prime por encima de la calidad y el contenido, y lo “ético” sería colocarle precio al objeto del arte de acuerdo a lo cotizado que es el artista.
Actualmente la poca capacidad de asombrarse de la sociedad, ha creado una institucionalización del escándalo, donde cobra forma en las nuevas creaciones artísticas, como Tracey Emin que en sus obras relata sus intimidades más decadentes, es así como aclamó la atención de la prensa y causó un escándalo público ocasionando su fama y consecuentemente la revalorización de sus obras.
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